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La identidad es, por encima de todo, un dilema. Un dilema entre
la singularidad de uno/a mismo/a y la similitud con nuestros congéneres,
entre la especificidad de la propia persona y la semejanza con los/as
otros, entre las peculiaridades de nuestra forma de ser o sentir
y la homogeneidad del comportamiento, entre lo uno y lo múltiple.
Pero la identidad es también un constructo relativo al contexto
sociohistórico en el que se produce, un constructo problemático
en su conceptualización y de muy difícil aprehensión
desde nuestras diferentes formas de teorizar la realidad social.
Mi propósito en este ensayo es precisamente problematizar
ambas cuestiones, es decir, tanto la dimensión experiencial
que nosotros tenemos como miembros competentes de nuestra sociedad
como la dimensión teórico-conceptual que la produjo
y la sustenta.
En la dimensión experiencial de la identidad lo relevante
es considerarla en el contexto social de nuestras relaciones e intercambios
con los demás. En esas relaciones, resulta necesario, como
es fácil de admitir, tanto una identificación con
quienes nos rodean como una diferenciación estricta respecto
de ellos y de ellas. La identificación nos garantiza la seguridad
de saber quiénes somos y la
diferenciación nos evita confundirnos con los demás.
Los reclamos de especificidad tan habituales en nuestra comunidades,
tanto en el nivel de lo individual como en el nivel de lo colectivo,
son fiel reflejo de esta paradoja.
El alcance de este dilema es impresionante y lo podemos encontrar
hasta en los ámbitos más insospechados de las relaciones
humanas. Por citar sólo lo que es ya un clásico en
la literatura psicosocial, Codol ilustró como nadie la impregnación
de este proceso en su conocida serie de estudios sobre la diferenciación
(M.Dupont....). Cuando una persona tiene que estimar la distancia
que le separa de otra, la percibe más o menos grande, respectivamente,
según el punto de referencia en la comparación es
él o ella misma o el punto de referencia sea la otra persona
(¿a qué distancia me
encuentro yo de él o ella?, punto de referencia yo; ¿a
qué distancia se encuentra él o ella de mí?,
punto de referencia él o ella). Esta simple constatación
de la paradoja en el nivel más físico de la interacción
vuelve a reproducirse cuando se trata de indagar sobre el grado
de similitud o diferencia percibido con respecto a otra persona
(¿cuánto me parezco yo a él o a ella? vs. ¿cuánto
se parece él o ella a mi? (Codol, 1984a,1984b).
La singularidad, la unicidad, la exclusividad parecen ser características
imprescindibles, al menos en nuestra cultura, de eso que llamamos
identidad. A estas características hemos de añadirles
sin duda una cierta continuidad en el tiempo, aunque la temporalidad
identitaria como tal reproduzca de nuevo la tensión entre
lo igual y lo diferente: todos/as nos sabemos la misma persona que
fuimos en el pasado pero al tiempo nos reconocemos como cambiadas
y diferentes.
Similitud / distintividad, igualdad / diferenciación, continuidad
/ discontinuidad, uno / múltiple, he aquí pues algunos
pares antitéticos que hemos de afrontar conceptualmente si
queremos ofrecer alguna nueva inteligibilidad a la experiencia identitaria
de la persona desde un punto de vista psicosocial.
Pero existe otro aspecto de la identidad que no se refiere únicamente
a la singularidad de la persona, sino a la pluralidad del grupo
o de la comunidad. Por oposición y complementariedad a la
identidad personal se habla comúnmente de identidad social.
La idea de identidad social remite a la experiencia de lo grupal,
del nosotros, remite también a los vínculos
o como decimos en un lenguaje social más contemporáneo,
a las redes. La pregunta surge directa: ¿qué relación
guarda, si hay alguna, la identidad personal y la identidad social?,
¿son la misma o distinta cosa?, ¿refieren experiencias
iguales o distintas?
Sean cuales fueren las respuestas a estas preguntas, mi punto de
partida es que de lo que no cabe duda, como trataré de mostrar,
es de que aquello que denominamos identidad1, individual o social,
es algo más que una realidad natural, biológica
y/o psicológica, es más bien algo relacionado con
la
elaboración conjunta de cada sociedad particular a lo largo
de su historia, alguna cosa que tiene que ver con las reglas y normas
sociales, con el lenguaje, con el control social, con las relaciones
de poder en definitiva, es decir, con la producción de subjetividades
(Cabruja, 1996, 1998; Pujal, 1996).
Continua >>>>>
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