I Cittadini interessati possono scaricare l'intero testo da fondo
pagina
.pdf 95 Kb
|
Juan
Bautista Alberdi nació en Tucumán, Argentina, el 29 de
agosto de 1810 y falleció en París, Francia, el 19 de
junio de 1884. Jurisconsulto, político y escritor argentino,
es considerado uno de los más pródigos pensadores liberales
latinoamericanos del siglo XIX. En el ensayo La omnipotencia del
Estado (1880), Alberdi analiza las raíces de la tiranía
desde la noción greco-romana del Estado hasta el surgimiento
del Estado moderno, poniendo de manifiesto la necesidad de un gobierno
limitado como requisito previo e indispensable para el progreso de una
nación. Discurso pronunciado en el acto de graduación
de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, de la Universidad de
Buenos Aires, el 24 de mayo de 1880. En ese acto fue nombrado Miembro
Honorario de esa Facultad. Este ensayo fue reproducido de sus Obras
Selectas. |
|
Una de las raíces más profundas de nuestras tiranías
modernas en Sud-América es la noción greco-romana del
patriotismo y de la Patria, que debemos a la educación medio
clásica que nuestras universidades han copiado a la Francia.
La Patria, tal como la entendían los griegos y los romanos,
era esencial y radicalmente opuesta a lo que por tal entendemos en
nuestros tiempos y sociedades modernas. Era una institución
de origen y carácter religioso y santo, equivalente a lo que
es hoy la Iglesia, por no decir más santo que ella, pues era
la asociación de las almas, de las personas y de los intereses
de sus miembros.
Su poder era omnipotente y sin límites respecto de los individuos
de que se componía.
La Patria, así entendida, era y tenía que ser la negación
de la libertad individual, en la que cifran la libertad todas las
sociedades modernas que son realmente libres. El hombre individual
se debía todo entero a la Patria; le debía su alma,
su persona, su voluntad, su fortuna, su vida, su familia, su honor.
Reservar a la Patria alguna de esas cosas, era traicionarla; era como
un acto de impiedad.
Según estas ideas, el patriotismo era no sólo conciliable,
sino idéntico y el mismo que el despotismo más absoluto
y omnímodo en el orden social.
La gran revolución que trajo el cristianismo en las nociones
del hombre, de Dios, de la familia, de la sociedad toda entera, cambió
radical y diametralmente las bases del sistema social greco-romano.
Sin embargo, el renacimiento de la civilización antigua de
entre las ruinas del Imperio Romano y la formación de los Estados
modernos, conservaron o revivieron los cimientos de la civilización
pasada y muerta, no ya en el interés de los Estados mismos,
todavía informes, sino en la majestad de sus gobernantes, en
quienes se personificaban la majestad, la omnipotencia y autoridad
de la Patria.
De ahí el despotismo de los reyes absolutos que surgieron de
la feudalidad de la Europa regenerada por el cristianismo.
El Estado, o la Patria, continuó siendo omnipotente respecto
de la persona de cada uno de sus miembros; pero la Patria personificada
en sus monarcas o soberanos, no en sus pueblos.
La omnipotencia de los reyes tomó el lugar de la omnipotencia
del Estado o de la Patria.
Los que no dijeron: "EI Estado soy yo, lo pensaron y creyeron
como el que lo dijo. Sublevados contra los reyes los pueblos, los
reemplazaron en el ejercicio del poder de la Patria, que al fin era
más legítimo en cuanto a su origen. La soberanía
del pueblo tomó el lugar de la soberanía de los monarcas
aunque teóricamente.
La Patria fue todo y el único poder de derecho, pero conservando
la índole originaria de su poder absoluto y omnímodo
sobre la persona de cada uno de sus miembros; la omnipotencia de la
Patria misma siguió siendo la negación de la libertad
del individuo en la república, como lo había sido en
la monarquía; y la sociedad cristiana y moderna, en que el
hombre y sus derechos son teóricamente
lo principal, siguió en realidad gobernándose por las
reglas de las sociedades antiguas y paganas, en que la Patria era
la negación más absoluta de la libertad.
Divorciado con la libertad, el patriotismo se unió con la gloria,
entendida como los griegos y los romanos la entendieron. Esta es la
condición presente de las sociedades de origen greco-romano
en ambos mundos. Sus individuos, más bien que libres, son los
siervos de la Patria.
La Patria es libre, en cuanto no depende del extranjero: pero el individuo
carece de libertad, en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo
y absoluto. La Patria es libre, en cuanto absorbe y monopoliza las
libertades de todos sus individuos; pero sus individuos no lo son
porque el Gobierno les tiene todas sus libertades.
Tal es el régimen social que ha producido la Revolución
Francesa, y tal la sociedad política que en la América
greco-latina de raza han producido el ejemplo y repetición,
que dura hasta el presente, de la Revolución Francesa.
Continua >>>>>
|